Las nubes
son rojas ante los rayos de sol, las imagino quemándose entre llamas azules
como algodones que hacen combustión bajo el lente de una lupa. Juego como un
niño a descubrir dragones entre las motas y las curvas. Mi brazo está dormido
de tanto pensar apoyado sobre él, lo extiendo y abro y cierro las
articulaciones de las manos para que la sangre fluya, pienso en las arrugas del
vestido de Sara, en su mirada ingenua al ventilador que gira en el techo, ella
lo observa hace horas acostada en el piso. Fuma y las estelas blancas de humo
suben y se dispersan entre las aspas. Los dos somos tristes, los dos silentes,
ambos felices y bipolares, de arriba a abajo como un electrocardiograma. Somos
seres de luz; dos ángeles de tez dorada atrapados en el pantano. Somos mascaras
entrelazadas; disfraces que amanecen, sandalias desgastadas.
Excelente
pedacito de cielo claro, sueño con darte besos de café y tabaco, con arrancarte
ese Lucky Strike de los labios y morderlos, desprenderles la piel superior
hasta que se tiñan de un carmín profundo, guardar los pellejitos en mi cartera
entre dos laminas plásticas para recordar tu boca anisada cuando se me antoje,
tu lengua pasándome aguardiente de anís, o eran babas, en todo caso embriagan,
qué cosa más tierna. Me antojo de tu paladar pastoso, de las venas azules y
delgadas que se trazan debajo de la blancura de tu rostro, de tus dedos
desfigurados por los trabajos manuales, que saben explorar con aprehensión los
puntos que hacen subir el iris de cada ojo, hasta que quedan ocultos por la
piel exigua de los párpados.