jueves, 24 de noviembre de 2016

Otro...

Me rindo y aún quedo débil,
de rodillas y manos y alma sobre el suelo,
trazo sombrío en el escaso horizonte
que eres tú y los sueños y los embozos de la infancia,
la linea invisible extendida a un enjuto futuro que es un hilo fino de algodón.

La tensión llega,
aquella linea de vida se templa
deshaciendo cada sinuosidad, se rompe.

Me rindo, ya no queda carnaval,
ya se acorta el entendimiento leve de los seres que disfrutan,
que galopan con gringolas, desentendidos por la vida,
luciérnagas, diamantes refulgentes que refractan su luz pero no te bañan.
Yo, diamante en forma de carbón.

La desesperada búsqueda de la felicidad
es una cruzada que prefiero evitar,
la copiosa fatiga de una meta que siempre se pospone.

Me rindo, debe uno vivir de forma automática
y esperar ansioso el huracán súbito de la muerte
que ha de llegar con sus pétalos negruzcos
y la suave caricia del pistilo que conserva fría
la gota ponzoñosa del ultimo aliento

miércoles, 16 de noviembre de 2016

16...

Todos los días un poco de agua se escurre hacia un cántaro, labra grietas en el barro apenas perceptibles. Ya fenece el año y resuelvo por la sensación térmica y la humedad que torna pegajosa la piel que debe ser una tarde estival; la canícula exprime briznas de sudor y bombardea todo el living con su aroma a sal. En la mesa de centro están algunas porcelanas vetustas con sus caries amarillas trazadas por el tiempo en resquicios y nimias fracturas y el sol las baña delicadamente y se refleja alumbrando un tercio de tu cara. El amor era un mito fabuloso, la victoria, la redención final, el amanecer sempiterno, la pradera verdemar colmada de conejos, las manos siamesas, la galera llena de palomas. Todos los días un poco de gotas bajan de un lagrimal y así, tu piel es epidermis naturalmente humectada y tu sangre toma ese sabor propio del óxido en acero, de un néctar salobre. Pasan los días acres y ya me siento ser provecto con arrugas que comienzan a extender raíces y a plegar la piel. Veo con tristeza la aceptación consciente del esclavo que permuta días y odiseas, alborozo y aventuras, por papeles verdes y metal.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Foulards...

La mano viaja por la cara centímetro a centímetro,
queda solo un camino despejado,  
cada quien se fue a casas silenciosas
y a espacios sin alientos que se cruzan.

Tanta frescura en la calle me abruma, tanta anchura.
Y el día está completo y mojado.
Si me amaras de regreso,
arrasarías el nuevo beso de mi sombra entre parábolas de insomnio,
e impedirías el juego de mi huella en la calle desierta

Es por eso que retorno a mi cubil, 
esta noche que huele a coctel de sangre y avellanas, 
y pienso que es tan grande ahora la distancia entre los dos,
como la envergadura misma de un ave vía láctea, 
como las moléculas en expansión del helio que encuentra un punto de fuga.

Y aparece en tu cariz el llanto mismo del niño con el globo que no vuela.
Con el sueño sobre un sueño, encima de las palabras. 
Porque hoy es toda la vida, hoy es todo el cielo, 
el que cae del día a través de lo que sea .

Queda un último vuelo corto y personal, uno de ocho pisos. 
Un viaje en caída libre para cada alma triste 
que se ha alojado en la madre tierra, 
para el hombre y mujer acongojados, 
y abrigados con foulards pues los días suelen ser gélidos 
a partir de una edad que suma tres décadas de vida.

Mira incluso lo terrestre de mi vuelo,
y estoy al revés desempeñándome como el mar,
con un pedacito de tabaco en la boca.
Amargo. 

Me duele el cuello de forma crónica por mirar insistente hacia atrás,
formulando preguntas, perdiendo respuestas, 
más y más barro entre las medias.
Con el espanto  de esta soledad tan rara, 
con el recordatorio de una nostalgia que se abre como un fuego.

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martes, 20 de septiembre de 2016

Catarsis...

Y entenderás que la flor también marchita
en su máxima apertura y perpendicularidad.
Que los barcos zarpan cuando todavía
quedan amores despidiéndose en los puertos fríos,
y la vida se extingue un trozo a la vez cada día.
Se trata todo de una muerte lenta, de un caracol que es alma,
dejando su rastro transparente en vías no pavimentadas.

No vale la pena despertar.
Ni vivir las cinco de la mañana una vez más,
ni aguantar tal tormento,
O perder como las llaves que se escurren de un bolsillo,
el placer de dormitar hasta horas voluntarias;
si a cada primavera y a cada verano,
siempre las concluyó un otoño y un invierno.

No valen la pena el beso ni el abrazo;
pues no somos propietarios de ningún cuerpo extranjero,
y con el hastío y la costumbre siempre se nos vence la hipoteca.

Yo podría arrastrar mi lengua por la piedra y el vidrio
que se aprietan inmóviles en el asfalto,
y recordar así el sabor de tus pasos que se alejan.

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lunes, 5 de septiembre de 2016

Blue...

Las batallas pérdidas, el olor del paisaje quemado por el sol esta mañana, o ya es la tarde, en una ciudad en la que ni siquiera hay mollizna y hasta el amor se quema hasta quedar como pasto amarillo y seco, eventualmente, y progresivamente. Que la gente odie, toda la crueldad humana. Que todo se acaba, inexorablemente cada cosa bella creada en el mundo llegará a ser polvo. La pobreza. Las diez botellas de gaseosa vacías en la nevera. Los caminos no tomados, la incertidumbre, bicho vil, de nunca poder saber qué hubiera pasado de haber tomado la izquierda en lugar de la derecha, de haber subido en vez de haber bajado, o viceversa. Entiendase que caminar en reversa se traza imposible, al menos desde el campo existencial, no toquemos ya el campo físico, que no viene al caso. El olor recordado de la nicotina impregnada en tu cabello, es extraño extrañar un olor que extrañamente siempre he odiado (el olor a cigarrillo me refiero), y que ahora perfuma tus manos con un aroma de cabaña de bosque, como madera frutal o eucalipto que se quema en una fogata de la niñez en una noche de camping; bajo el mismo cielo que se extendía encima tuyo, mientras fumabas con estilo de años veinte, parada en la ventana. Las cometas que ya dejaron de elevarse, pasa agosto y la vida y todos, pero casi todo lo que se va, a diferencia de las cometas, no vuelve el próximo año. Que sea domingo y mañana lunes;  los lunes tienen un afiche de un gato que se sostiene sobre un precipicio, días que hay que aguantar. Tu dispersión y tú silencio. Que te quiera. Todas esas cosas que me hacen triste.

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sábado, 30 de julio de 2016

Una ausencia...

No me busques mañana,
sólo quedará un debilísimo vapor de mi,
un incienso de hombre de paso
en un mundo instantáneo,
como sopas de sobre y camaron;
que se impregna apenas
en la suave pupila de xocolātl.

Quedarán fantasmas y rumores
y caminatas de un desvelado
en pasillos cortos y angostos,
entre paredes con hollín y babas
y sobre todo lágrimas sueltas
que se columpian ante el vaivén
de la cabeza que realiza una negación.

El horizonte se extiende tan interminable
y pensaba en buscarte entre el aullido
que trae el viento timido vespertino
y las delgadas palpitaciones eléctricas
que se insertan en cada pequeño foliculo.

Huele extrañamente a ti y a volcán hoy
y mañana, irremediable, enredado entre las sabanas, pitones de destierro y desamparo.

martes, 10 de mayo de 2016

Oración...

Rosario, voy a quedarme todos los días pensando en cómo hubiera sido la vida contigo. Ya sabes de aquello de las bifurcaciones, esa larva que se atornilla en tu hipotálamo, se alimenta de tu cerebro y va infestando tus pensamientos hasta convertirse en eso que llamamos nostalgia. Soy de esos que piensan todos los días en las opciones que no tomaron en el pasado y en cómo serían el presente y el futuro de haber elegido un camino en lugar del otro. Rosario, tu pelo huele a brevas con arequipe en fiestas de diciembre y traza ondas en el aire como la bandera del país que nunca he sentido propio; eres como ese lugar de Europa del que uno se enamora en las postales y nunca visita. Tú me mirabas a través de las mesas de un bar y yo jugaba a esquivar, nunca he soportado eso de mirar fijamente. Caminabas por las calles cuarenta y cuatro y por la tercera en el norte magnético de la ciudad, en las noches opacas con faroles descompuestos, en los días sofocantes de treinta y cinco grados Celsius, ciudad desierto, hervidero de lágrimas evaporadas, con ese andar de libertad fruto de victorias vitales; y te divertías buscándole formas a las nubes. También, muchos hombres se divertían encontrándo formas al arco de tu espalda. No sé cómo te llamas, Rosario suena bien, tiene ese tono de oración y de súplica, también de salvación. Aquí estoy en la cama. Es uno de esos domingos filosóficos en los que toda la vida parece un fracaso e intentas encontrar significados mirando una mancha de humedad que se esparce por el cielo raso, pensando en las nubes que no veremos juntos. 

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viernes, 1 de abril de 2016

Santiscario...

El problema en principio, es lograr sentarse a escribir dejando de lado ese sentimiento súbito de que lo que no se ha creado aún ya es un fracaso. Quisiera uno como individuo sentimental,  enamorarse cada vez de la hoja blanca que se retroilumina en el monitor.

La decepción es un ítem necesario en el placard del escritor, ¿se podría hacer esa reflexión acaso? El camino de la literatura es un hombre que en el día trabaja de albañil y en las noches de demoledor.

Verifíquese mi vida, el pasaporte de mundos mejores que se me ha quitado, la sonrisa hurtada, el derecho a maravillarme. Investíguese con pulcritud y detalle los pormenores y los hechos cronológicos de la formación de mi materia. Vos te vas, y queda la noche salpicada de topacio, extendiéndose y amenazando con rasgarse, dejando al descubierto solo el vacío limpio e insustancial, mi estado de alma puro, el primer segundo del primer respiro. Nótese que para alcanzarte, extiendo no solo dedos con uñas, sino también la larva misma del soplo frágil de dios. Así, se atenúa el cuento, nada es de mi santiscario. 

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viernes, 19 de febrero de 2016

El amor era una road movie



Desde las estelas sempiternas que abastecen lo perpetuo, aparece igual la ciudad, como la cabeza disecada de un alce que adorna una pared. Te paras bajo un farol y quedan las mismas dudas, el mismo hartazgo. Pintas con vinilo barrotes y velos, dibujas panoramas extensos de color crisálida. Cali nocturnal, delicada como la fina capa de epidermis del viejo que te da la mano sucia y demoledora. Tanto amor y sangre entre las grietas de esta tierra, tanto sueño fallecido, búsqueda inconclusa, tanto salirse del cuerpo. Vi suficientes brujas en la parálisis del sueño, sombras trémulas arañando la luz filtrada en la ventana, los gritos ahogados, la radio, el locutor, el amor; los ojos rojos de Reina blanca caminando en sus cuatro patas, haciendo Tic- Tac con sus uñas de marfil, sus uñas descalcificadas de quince años; compañera de sucesos. Adiós, niña minera de calcetas, mi máquina de comer croquetas.

Te veo, estas lejana casi rozando la línea que divide el horizonte. ¿Lograr despertar al cierre del amor es madurez o resignación? Lo cierto es que creamos un alma nueva dentro de la urbe que se fue amasando a partir de los aromatices desprendidos del sudor del sexo, de los gritos en un hotel de pisos de pino de la calle sexta. Caminábamos así, con nuestra pueril juventud, esperando construir conejitos y campanitas en nuestros corazones, con el desconocimiento pleno de que cada uno escondía el estilete que se afiliaría con los años. Ahora somos una amalgama de cicatrices, tú te quieres vengar demasiado y cavar mi tumba con tus propias manos, hecho que claramente niegas tras el escudo de la indignación; yo buscando el amor que terminó siendo víctima de la gravedad, escapándose por los rotos de los bolsillos de nuestros vaqueros. De saber las consecuencias, sin dilación hubiésemos atado nudos en las puntas triangulares para asegurar una vida de manos juntas.

Tengo aquella teoría de que contrataste a un loco y luego quisiste comprar una camisa de fuerza. No puedo negar que tú sanaste y yo seguí de psiquiátrico, ahí el conflicto. De todas formas, queda el amor intacto de mi parte y un sueño que visita el hipotálamo tres madrugadas de cada semana: Subo por tu piel y soy solo una boca, no humano, solo boca, todo boca, manos de boca, dientes de boca, dedos de boca, demasiado escarlata, demasiado húmedo y carnoso, me cierro en tu cuerpo como una flor carnívora, como un último gran beso que saborea todas las calles por las que pasamos alguna vez, y paso por tus dientes para arrancarte de forma infructuosa todas las sonrisas que te saqué alguna vez, y beso la parte trasera de tus muslos y una lagrima sale de la boca como si fuera un ojo y entonces, la boca ahora tiene una pestaña que te hace cosquillas en el vientre y el iris del ojo es un pozo sin fondo que en realidad es una fosa nasal y entonces, aspiro con firmeza las partículas enredadas en tu cabello desde hace cinco años cuando caminábamos por la avenida tercera norte y nos admirábamos con profundidad y fe.

También tengo esa otra teoría: que Dios quiere vengarse de mí por no creer en él; sí ya sé que me obsesiona el tópico de la venganza, cómo no dudar de la naturaleza humana y de la naturaleza misma de un Dios que ha creado esa naturaleza hija, y que además observa con indiferencia la miseria y dolor a través del claro de su nube. Entonces, pienso que debería dejar de preocuparme tanto y empezar a disfrutar de las pequeñas cosas, porque al final el único rencor, la única venganza que existe es hacia mí mismo, hacia el miedo incauto de lanzarme a la conquista, hacia la mano que se estira para cazar al sueño y, pienso que debería caminar menos mirando abajo e intentar encontrarme de nuevo, en esto, en ti si quieres volver, en las salas de cine y sus hermosas escenas que me han transformado; como cada vez en mi vida que asomé la cabeza a la ventana para observar las gotas de lluvia que se elevaban al cielo al tocar el pavimento caliente y el vapor infló mis pulmones de la esencia misma de las avenidas, que es la de cada vida que las ha pisado.


miércoles, 13 de enero de 2016

AMOR DESPUES DE TANTOS PLACERES (V2)


Después y en el presente y en el futuro solo queda el aire opaco de Cali, las tardes cansinas, las mañanas de domingo hastías, las noches de domingo acurrucados del miedo que se siembra siempre en ese mismo espacio de tiempo, pues en unas horas exiguas es levantarse y volver a morir un poco, entre escritorios entre sillas, entre ausencias de Sara, entre almuerzos baratos, entre tan poco amor, entre la guerra por sobrevivir. Tremenda forma de deshumanizar nos hemos ideado y la acogemos con obediencia no cerril porque el dinero transmuta moral y ética y alma.

Entonces Sara, aquí estamos, tú en el piso del centro de la sala con tus dedos finos levantando y acostando las paginas, yo supino sobre la segunda gaveta del armario, refugiado porque la vida da miedo; recuerdas cuando te lo dije, ahora lo repito, porque sigo siendo un cobarde, Sara. Quizás hoy, un día que no perece aun, borrar antaño no parezca una idea débil, poner el pie de hogaño con bota de punta de acero y salir a redondear los filos de las dagas que sobresalen de nuestras heridas.

Nos encontramos en las calles viejas de Cali, en los paisajes, en los pasajes, en las callecitas de cal de la Merced. Dos de la tarde. El día llora, el sol se derrama, el sol fabrica pecas, las nubes se evaporan. Yo te caí como el roció al clavel, la primavera termina en Cali; en Cali nunca hubo estaciones pero aun así termina, termina al terminarnos, las hojas fenecen en los adoquines de la Merced. Polvo de ladrillo para fabricar drogas, ahí quedaron nuestras huellas, nuestros pasos son aspirados por fosas nasales, como remembranzas que vuelan por conductos viscosos devoradores de recuerdos refugiados en la noche. Diez de la noche. Como si la hermosura pudiera evitarse, en tu rostro, en tus ojos ámbar, tus iris que atrapan zancudos prehistóricos, tu mirada que inyecta sangre, líquido vital de mi tiempo en la tierra, en tu rostro que es los murales de la Merced. Una de la mañana y caminas por los parques verdes y grises.

Vamos a un bar y pedimos un Martini, que sean dos, aceitunas en esa cantidad por vaso también. La ginebra calienta la faringe, te beso en la mejilla, luego en la comisura derecha de unos labios quemados al mediodía, te beso en el centro, abres un hueco, la puerta al nirvana, mi alabanza sempiterna, mi elegía los días de escisión.

Dos de la mañana, caminas en el borde epóxico de un andén húmedo, quieres resbalar y descansar en mis brazos, quieres que te rapte el rocío que ha salido toda tu vida de un rincón de tus ojos, llueven gotas como cuchillos de plata de numero atómico cuarenta y siete estallando en el asfalto. Dos tipos se acercan, corremos y ellos corren, un disparo al aire rompe el fascinante mutismo de la noche, tus tacones también. Hay un callejón, es el barrio el refugio, es un samán el árbol que nos sirve de almena. Los pasos se acercan, hay un olor salvaje a no nos hemos bañado desde el estreno de nuestra humanidad. Nos sorprenden por la espalda, agarran tu pelo y tiran tu cabeza hacia atrás, hay un cuchillo en mi cuello, aquel te lame las orejas y adorna el ambiente con una carcajada estruendosa, me vuelvo impetuoso y brota el calor de una línea tímida en mi cuello, acierto un puño en la quijada de uno, empujo a tu atacante, te tomo y corremos gritando auxilio. Son las tres y media de la madrugada. Cali huele a vómito y a bares cerrados. Uno grita que esas orejas son de él, su fábrica de cirios.

Saco la lengua para beber la lluvia. Juro entonces que te recordé una noche de plenilunio en la que caminaba y te hojeaba entre las frases de After Such Pleasures. Suenan las sirenas en la distancia, heraldos de la muerte.

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