Si te resignas,
el bagazo azabache de caña no es un
temporal para bailar
y cae sin gracia como desecho en
la carretera,
mineral en ceniza, fruto del olvido;
queda yeso,
pellejo de animal, membrillo astringente,
artefacto de vida, como la
soledad.
Ya no deseas paladear el roció de un aspersor,
solo dejar que el tiempo se desmenuce como sucede.
Ser biodegradable; las tardes sedimentan tus senos.
Amor de peleas perennes, adioses,
saltos de puentes sin cabezas quebradas.
Si pudiéramos cromar el estar cotidiano,
quemar las raíces que brotan entre las heridas,
endulzar los besos,
entender que es inexorable el hartazgo,
que todo se agota.
Entonces, estaba el octavo piso,
un horizonte extenso
de apertura esmeralda
y cada ojo enfocando,
obturando,
congelando las hojas de cuchilla de guadua
atravesadas por el alfanje de agua en cafeína.
Y si uno pudiera arrojarse y entregarlo todo, fulminarse
para nacer.