Entonces Sara, aquí estamos, tú en el piso del centro de la sala con
tus dedos finos levantando y acostando las paginas, yo supino sobre la segunda
gaveta del armario, refugiado porque la vida da miedo; recuerdas cuando te lo
dije, ahora lo repito, porque sigo siendo un cobarde, Sara. Quizás hoy, un día
que no perece aun, borrar antaño no parezca una idea débil, poner el pie de
hogaño con bota de punta de acero y salir a redondear los filos de las dagas
que sobresalen de nuestras heridas.
Nos encontramos en las calles viejas de Cali, en los
paisajes, en los pasajes, en las callecitas de cal de la Merced. Dos de la
tarde. El día llora, el sol se derrama, el sol fabrica pecas, las nubes se
evaporan. Yo te caí como el roció al clavel, la primavera termina en Cali; en
Cali nunca hubo estaciones pero aun así termina, termina al terminarnos, las
hojas fenecen en los adoquines de la Merced. Polvo de ladrillo para fabricar
drogas, ahí quedaron nuestras huellas, nuestros pasos son aspirados por fosas
nasales, como remembranzas que vuelan por conductos viscosos devoradores de
recuerdos refugiados en la noche. Diez de la noche. Como si la hermosura
pudiera evitarse, en tu rostro, en tus ojos ámbar, tus iris que atrapan
zancudos prehistóricos, tu mirada que inyecta sangre, líquido vital de mi
tiempo en la tierra, en tu rostro que es los murales de la Merced. Una de la
mañana y caminas por los parques verdes y grises.
Vamos a un bar y pedimos un Martini, que sean dos, aceitunas en esa
cantidad por vaso también. La ginebra calienta la faringe, te beso en la
mejilla, luego en la comisura derecha de unos labios quemados al mediodía, te
beso en el centro, abres un hueco, la puerta al nirvana, mi alabanza
sempiterna, mi elegía los días de escisión.
Dos de la mañana, caminas en el borde epóxico de un andén húmedo,
quieres resbalar y descansar en mis brazos, quieres que te rapte el rocío que
ha salido toda tu vida de un rincón de tus ojos, llueven gotas como cuchillos
de plata de numero atómico cuarenta y siete estallando en el asfalto. Dos tipos
se acercan, corremos y ellos corren, un disparo al aire rompe el fascinante
mutismo de la noche, tus tacones también. Hay un callejón, es el barrio el
refugio, es un samán el árbol que nos sirve de almena. Los pasos se acercan, hay
un olor salvaje a no nos hemos bañado desde el estreno de nuestra humanidad.
Nos sorprenden por la espalda, agarran tu pelo y tiran tu cabeza hacia atrás,
hay un cuchillo en mi cuello, aquel te lame las orejas y adorna el ambiente con
una carcajada estruendosa, me vuelvo impetuoso y brota el calor de una línea
tímida en mi cuello, acierto un puño en la quijada de uno, empujo a tu
atacante, te tomo y corremos gritando auxilio. Son las tres y media de la
madrugada. Cali huele a vómito y a bares cerrados. Uno grita que esas orejas
son de él, su fábrica de cirios.
Saco la lengua para beber la lluvia. Juro entonces que te recordé una noche de plenilunio en
la que caminaba y te hojeaba entre las frases de After Such Pleasures. Suenan
las sirenas en la distancia, heraldos de la muerte.