nos alejo como el velero que atraviesa
un maelstrom y no resiste el mástil sus arrebatos.
Y en cada astilla uno casi podía ver
los huequitos entre tus dientes
y la piel acanalada de tus parpados
y los rizos caramelo de telarañas en la pieza.
El susurro me decía “ahora vas sólo,
porque decidiste creer que podías soñar
y no estar conforme y muerto como
aquellos que sonríen en la oficina”.