Se arrastra entre lo sagrado, blasona que puede morder y herir
pero se esconde en cada gaveta. Amén de ello, podríamos entender la nostalgia
como el hecho particular y aislado compuesto de briznas de “hubiera podido” o
de intentos y persistencias; esa mariquita que hace barrenas en el hipotálamo
los minutos antes de dormir. Salta del
cajón la lagrima de la oportunidad perdida, del París que nunca llega, de la
noche estrellada obnubilada por el bombillo solitario de cada habitación. El
citano y el zutano tampoco lo logran, consuelo apenas. A lograr, amanecer en
una cama extranjera y no sentir el deseo imperioso del regreso, propósito en
toda arista de cada existencia, el volver al amor, a la infancia, al helado de
chicle, al mohín de nausea al apio, a la fé; a la época brillante en que el
sueño se gestaba, no ésta, en que el cajón ya tiene su tapa y sus puntillas.
3 comentarios:
Nahuel, como siempre, eres la clase de escritor que trabaja en el lector como un anzuelo que atrapa al pez hambriento.
Una delicia disfrutar siempre de tu talento. Me ha encantado el simbolismo siempre presente en el espacio bajo la realidad, que siento en ... el cajón que se ha tapiado... como un claustro que limita la libertad de estar y tampoco permite ir y venir. Un beso
Tan bello como un viajecito, como regresar al helado de chicle.
Abrazo.
¿Cuándo vamos a aprender a destapar cajones? A volver a la infancia pero ahora en forma de amor, viajar en el tiempo con los ojos abierto, con todos los cajones y todos los sueños abiertos siempre.
¡PRECIOSO!
Siempre un placer leerte.
:)
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