Desde las estelas sempiternas que abastecen lo perpetuo, aparece igual la ciudad, como la cabeza disecada de un alce que adorna una pared. Te paras bajo un farol y quedan las mismas dudas, el mismo hartazgo. Pintas con vinilo barrotes y velos, dibujas panoramas extensos de color crisálida. Cali nocturnal, delicada como la fina capa de epidermis del viejo que te da la mano sucia y demoledora. Tanto amor y sangre entre las grietas de esta tierra, tanto sueño fallecido, búsqueda inconclusa, tanto salirse del cuerpo. Vi suficientes brujas en la parálisis del sueño, sombras trémulas arañando la luz filtrada en la ventana, los gritos ahogados, la radio, el locutor, el amor; los ojos rojos de Reina blanca caminando en sus cuatro patas, haciendo Tic- Tac con sus uñas de marfil, sus uñas descalcificadas de quince años; compañera de sucesos. Adiós, niña minera de calcetas, mi máquina de comer croquetas.
Te veo, estas
lejana casi rozando la línea que divide el horizonte. ¿Lograr despertar al
cierre del amor es madurez o resignación? Lo cierto es que creamos un alma
nueva dentro de la urbe que se fue amasando a partir de los aromatices
desprendidos del sudor del sexo, de los gritos en un hotel de pisos de pino de
la calle sexta. Caminábamos así, con nuestra pueril juventud, esperando
construir conejitos y campanitas en nuestros corazones, con el desconocimiento
pleno de que cada uno escondía el estilete que se afiliaría con los años. Ahora
somos una amalgama de cicatrices, tú te quieres vengar demasiado y cavar mi tumba
con tus propias manos, hecho que claramente niegas tras el escudo de la
indignación; yo buscando el amor que terminó siendo víctima de la gravedad, escapándose
por los rotos de los bolsillos de nuestros vaqueros. De saber las
consecuencias, sin dilación hubiésemos atado nudos en las puntas triangulares
para asegurar una vida de manos juntas.
Tengo aquella
teoría de que contrataste a un loco y luego quisiste comprar una camisa de
fuerza. No puedo negar que tú sanaste y yo seguí de psiquiátrico, ahí el
conflicto. De todas formas, queda el amor intacto de mi parte y un sueño que
visita el hipotálamo tres madrugadas de cada semana: Subo por tu piel y soy
solo una boca, no humano, solo boca, todo boca, manos de boca, dientes de boca,
dedos de boca, demasiado escarlata, demasiado húmedo y carnoso, me cierro en tu
cuerpo como una flor carnívora, como un último gran beso que saborea todas las
calles por las que pasamos alguna vez, y paso por tus dientes para arrancarte
de forma infructuosa todas las sonrisas que te saqué alguna vez, y beso la
parte trasera de tus muslos y una lagrima sale de la boca como si fuera un ojo
y entonces, la boca ahora tiene una pestaña que te hace cosquillas en el
vientre y el iris del ojo es un pozo sin fondo que en realidad es una fosa
nasal y entonces, aspiro con firmeza las partículas enredadas en tu cabello
desde hace cinco años cuando caminábamos por la avenida tercera norte y nos
admirábamos con profundidad y fe.
También tengo
esa otra teoría: que Dios quiere vengarse de mí por no creer en él; sí ya sé
que me obsesiona el tópico de la venganza, cómo no dudar de la naturaleza
humana y de la naturaleza misma de un Dios que ha creado esa naturaleza hija, y
que además observa con indiferencia la miseria y dolor a través del claro de su
nube. Entonces, pienso que debería dejar de preocuparme tanto y empezar a
disfrutar de las pequeñas cosas, porque al final el único rencor, la única
venganza que existe es hacia mí mismo, hacia el miedo incauto de lanzarme a la
conquista, hacia la mano que se estira para cazar al sueño y, pienso que
debería caminar menos mirando abajo e intentar encontrarme de nuevo, en esto,
en ti si quieres volver, en las salas de cine y sus hermosas escenas que me han
transformado; como cada vez en mi vida que asomé la cabeza a la ventana para
observar las gotas de lluvia que se elevaban al cielo al tocar el pavimento
caliente y el vapor infló mis pulmones de la esencia misma de las avenidas, que
es la de cada vida que las ha pisado.