Yo no escogí esta vida,
ni mucho menos, ni mucho más;
esperaba sólo mantas y frazadas permanentes,
tardes de reposo, pies de fresa tibios
en alfeizares de rúas con paredes blancas
y costanillas con baldosín de loza azafrán.
No esperaba días inmóviles como el pensador de Rodin,
analizando números, transformando cuentas, sumando pesos;
restando crónica posible a la biografía de un anacoreta.
Veo por la ventana a un gavilán que recoge escarabajos
y exhibe su libertad riesgosa; y entonces,
sube el ardor de la envidia por las venas,
entre piel y hueso, por los dedos que se sueñan plumas.
Y el animal vuela, y el hombre es raíz.
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