Te di dinamos para transformar los flujos electromagnéticos
de nuestros encuentros.
Te di caleidoscopios con cristales de colores que no aparecían
en la paleta de Adobe Photoshop.
Te di una nube un día que pedias una almohada y luego te
quejaste de dolor de cuello.
Te di sonrisas fortuitas, momentos adventicios de felicidad
menguante.
Masajes de pie los días de poco cansancio, uno o dos al año.
Pies de manzana calentados en microondas y vasos de leche
tibia.
Te di guirlache, y acaso conocías su nombre;
a pesar de tanto dulce fueron más amargos nuestros
días.
Te di películas tristes y clásicas y también actuamos
guiones melancólicos.
Fuiste quizás una actriz tan talentosa,
te vi llorar y yo me hacía el fuerte.
Con la certeza de la vejez solitaria que fecundo para un
futuro.
Te di bailes y caras extrañas y, por algunos minutos, lo sé,
te hice reír.
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