lunes, 1 de marzo de 2021

Tatuajes...

Tuve la oportunidad de acceder a aquel regalo. Era una tarde templada y un niño de 16 años perdía la cordura; aunque ganaba algo: esa cierta sensibilidad, la particularidad de entender y percibir algo extra en las cosas.  El descubrir del arte y la hermosura del sonidos, las letras, las imágenes. Ya sea dicho, la idealización de un daño cerebral. 

He desaprovechado tanto, alejado a tantos. A veces cansa este constante recoger de pasos. El empujar sin conciencia a la gente fuera de mi camino. Ahora, nada ni nadie importa tanto. Nada que no sea que nada ni nadie importa tanto, el tormento residual. Y las cavilaciones, estables, pálpitos permanentes, quemaduras por una persona para quien no existo. 

Pienso en los yerros, en la juventud que se extravía y esto toma aceleración, como la piel que se despega de la carne y de los huesos, así, con los años las expectativas van aflojando. Y pienso en retornar a la familia, quizás sea miedo a tanto día vacío, o la madurez que desea alivio y busca redención.

La certidumbre de nunca olvidarte y nada más, es mi llama. En estos límites de mi realidad, se olvidan las leyes de la física y del tiempo aplicadas al amor. Escribo con un dolor que nunca pasa, que nunca pasará, ya lo han dicho los años.

Te llevo tatuada.

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