Leías y el escritorio sostenía Amor
77 de Cortázar. Entonces estaban las almendras con su sabor neutro, las al-neutras,
las abejas, los sabores, los exiguos zumbidos de una mañana trasnochada. Todo
en la amalgama de tu saliva. Corriste el velo, algunos días entendimos que podíamos
aburrirnos de nosotros mismos, que la poesía no es tan bella cuando la
atropella la realidad, que la ciudad es inmutable, inexorable titán de cemento
que te deja cicatrices. Te deshiciste como los jirones de la camisa de un
vagabundo, entonces también me escurrí
hasta las rodillas. Una tarde, una tarde de esas verdes acuarelas de pinturas
hermosas, de esas aceitosas pudimos abordar un tren y cambiarlo todo, mas llego
la cobardía a arrebatarnos el tiquete. Ahora solo nos quedan las legañas en reemplazo
de la nieve de una calle de Múnich; juro entonces que te recordé una mañana de
plenilunio en la que caminaba y te hojeaba entre las frases de After Such Pleasures.
Suenan los frenos de aire en la distancia, heraldos de la muerte.
1 comentario:
Volviste terriblemente noble y sabio.
Abrazo.
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