Todos los días un poco de agua se escurre hacia
un cántaro, labra grietas en el barro apenas perceptibles. Ya fenece el año y
resuelvo por la sensación térmica y la humedad que torna pegajosa la piel que
debe ser una tarde estival; la canícula exprime briznas de sudor y bombardea
todo el living con su aroma a sal. En la mesa de centro están algunas
porcelanas vetustas con sus caries amarillas trazadas por el tiempo en
resquicios y nimias fracturas y el sol las baña delicadamente y se refleja
alumbrando un tercio de tu cara. El amor era un mito fabuloso, la victoria, la
redención final, el amanecer sempiterno, la pradera verdemar colmada de
conejos, las manos siamesas, la galera llena de palomas. Todos los días un poco de gotas bajan de un
lagrimal y así, tu piel es epidermis naturalmente humectada y tu sangre toma
ese sabor propio del óxido en acero, de un néctar salobre. Pasan los días acres
y ya me siento ser provecto con arrugas que comienzan a extender raíces y a
plegar la piel. Veo con tristeza la aceptación consciente del esclavo que
permuta días y odiseas, alborozo y aventuras, por papeles verdes y metal.
1 comentario:
Es una maravilla leerte, de verdad que lo es, siempre.
Gracias, gracias, Nahuel
m.
(del blog Ío)
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