Cerrare mis ojos para siempre,
no vi árboles frondosos,
no vi la luz de Mithrandir.
Recorrí con pasos lerdos los senderos
trazados por las favilas de mis guerras.
Alcé una ceja inquisidora por mi destino,
jugué un cadáver exquisito en soledad
y encontré tan solo frases rotas
y despedazadas coloreándose de ébano abismal.
Tus pensamientos de anilina abenuz
marcaron las líneas de mis manos,
que se borraron con el paso de cada día,
de cada segundo, de cada suspiro,
de cada aliento, de cada exhalación
del aire yermo de tu distancia.
Como el azogue voluble a los deltas de temperatura
cambie con las nieves de tus silencios.
Tus sienes plateadas se poblaron de hermosos
copos de nieve que colgaban de tus trenzas.
Soy un azor que acecha recuerdos
muertos y escarba en sus entrañas.
Mis esperanzas se desprendieron
como frágiles pétalos de azahar
y al caer los frutos sobre mi cabeza
desperté del sueño de tu pesadilla.
Cerrare mis ojos para siempre,
la ciudad blanca fue tan solo un fantasma onírico,
una brisa de tiempo clandestino,
un extranjero en calles lejanas.
Si la vieras!
Sus balcones colmados de alelíes
y los gorriones con sus pechos azulinos
erguidos hacia los rayos del sol.
Y el amor que como una áspide
muerde la ira de los hombres.
Pero yo cerrare mis ojos para siempre y no la veré.
Un errante, un vagabundo. Una estatua, una efigie.